En 2014 finalizó The Newsroom, una serie de HBO creada y escrita por Aaron Sorkin (creador y guionista de El Ala Oeste de la Casa Blanca). Esta serie muestra el día a día de un equipo de informativos en horario de Prime Time.
The Newsroom nos muestra una faceta de la información que el público desconoce. Se ve la creación de un informativo desde dentro, como trabaja el equipo de reporteros, edición, el productor ejecutivo y el presentador. Todos son un equipo que tienen que engrasar día a día una máquina que sirve para informar a los tele-videntes de las noticias más importante del día.
Esa sería la capa más superficial de la serie, una capa que podría funcionar bien durante bastantes temporadas. Si además mezclas escarceos amorosos pues ya tendríamos un nuevo Anatomía de Grey, esta vez en la redacción de uno de los informativos más importantes del país. Daría como resultado una serie insulsa que los productores ejecutivos de las grandes cadenas renovarían, con una gran sonrisa en los labios, temporada tras temporada. La gente la vería siempre, manteniendo unos índices de share muy elevados, con millones de tele-espectadores en todo el mundo. Y todo eso se consigue aunque se haga una mierda que huele a kilómetros.
Pero ni HBO es ABC, ni Aaron Sorkin es Shonda Rhimes, ni The Newsroom (aunque sea ateo, le doy gracias a Dios) es Anatomía de Grey. Lo que ofrece al público es algo único, real y que nos incita a no creer nada de lo que nos digan. Nos invita a reflexionar y tener una actitud crítica ante los medios, a no dar nunca nada por seguro.
No solo es una serie para proyectar en las universidades de periodismo. Es una serie para poner a los adolescentes, esos adolescentes que estudian y se forman en una fábrica de autómatas en la que nada se puede cuestionar. Una educación que acorta las alas de la creatividad y las nuevas ideas con el único fin de que esas personas sigan perteneciendo al engranaje de una sociedad en la que gobiernan bancos y grandes empresas. Una sociedad que huele a podrido desde hace años y en la que el miedo y la desinformación son el pan de cada día.
En una situación así se presenta nuestro Quijote particular, Will McAvoy (Jeff Daniels), quien durante toda su carrera, hasta el momento, se ha limitado a seguir la corriente general de desinformación de su cadena y del resto de medios de EE.UU. Pero después de una crisis personal, que hace que se tenga que tomar unas pequeñas vacaciones, Will decide aprovechar su potencial periodístico motivado por la nueva productora ejecutiva de su telediario, MacKenzie MacHale (Emily Mortimer), y por un nuevo equipo que intentará crear un informátivo con un espíritu crítico que acabe con la desinformación que vive su país, dominado por los intereses políticos de las grandes empresas. La utilización de noticias reales, y coetáneas, en sus episodios la hace aún más real y atractiva para el espectador.
Es en este momento cuando Will no solo tendrá que luchar por ofrecer una información trascendente y veraz, sino una cruzada por saber si lo más importante son los índices de share, mantener contento al grupo empresarial que maneja su cadena o ser ético y mostrar la realidad al ciudadano medio estadounidense.
Aaron Sorkin, con sus virtudes y sus defectos, consigue mostrarnos el lado más oscuro de los medios de comunicación y la dificultad con la que se encuentran los profesionales de este medio para realizar su trabajo de manera libre, sin que te marquen pautas desde las altas esferas del país.
The Newsroom acabó de emitirse en 2014 con solo tres temporadas (la última contaba únicamente con seis episodios). Se puede discutir si fue justa o no la decisión de cancelarla, pero eso no es cosa mía. Prefiero quedarme con los buenos momentos y todo lo que aprendí de esta gran serie, con un reparto tan atractivo que hacía que cada semana acudiese fiel a la cita con mi televisor para ver un nuevo capítulo.
Es triste que este Quijote sea parte de la ficción. Cuando uno repasa los informativos de su país se da cuenta cómo está hilvanada la mayor parte de ellos. Los gobernantes dominan a sus anchas, tanto las cadenas públicas como las privadas son dominadas por grandes holdings empresariales que marcan el guión de lo que hay que contar o no. Unos informativos, los españoles, donde la primera plana la marcan unos titiriteros, por encima la corrupción y las vidas humanas.