[Sin spoilers] Como si de una Hereditary de marca blanca se tratase, The Lodge demuestra que la verosimilitud es difícilmente regateable.
Decidí ir a ver The Lodge por una sencilla razón: su poster. Considero que cuanto menos sepa antes de ir a un cine, más voy a disfrutar. El poster suele ser imprescindible para saber si una película me puede interesar o no. El poster de The Lodge me atrajo y el segundo día del Festival me dispuse a perderme en el mundo que proponen Veronika Franz y Severin Fiala, directores de la obra.
La puesta en escena evoca rápidamente a Hereditary, la aterradora ópera prima de Ari Aster. Es más, uno se despista al ver el evidente parecido entre ambas estéticas. Bueno, dejamos de un lado esto y centrémonos en la historia. The Lodge demuestra tener un potencial inmenso en sus 15 primeros minutos. Lamentablemente, es todo un espejismo.
A lo largo de 1 hora y 50 minutos comprobamos que no todo vale para atrapar al espectador. En la lógica interna del relato se toman demasiadas licencias que, en vez de atrapar al espectador, lo sacan de la película. La trama central empieza estupendamente y cautiva la atención del espectador, pero la inexistente empatía que provocan los protagonistas hace que esa atención se vaya diluyendo entre giros de guión de difícil comprensión.
Quien a hierro mata: Historias de aquí
The Lodge es una de esas películas que prometen algo grande cuando empiezan y frustran a cada minuto que pasa. A la hora y diez, yo dejé de seguirla. Es totalmente lícito tomarse toda la libertad del mundo, pero cuando el espectador deja de interesarse por lo que está pasando en la pantalla, tal vez sea un indicativo de que algo sobraba. Lo peor que te puede pasar con una película es que te expulse a la fuerza de ella y vuelvas al mundo real.