[CON SPOILERS] Después de aterrorizar al mundo entero con la magistral Hereditary, Ari Aster confirma su estatus de nuevo maestro del terror con Midsommar, una pesadilla de la que no te podrás (ni querrás) despertar.
Los códigos del terror siempre han estado muy marcados. Oscuridad, espacios claustrofóbicos y la línea bien marcada entre el bien y el mal son algunos de los más reconocibles del género. En este siglo, numerosos autores han intentado reinventar un género que parece ser un gato de siete vidas. Siempre que se le da por muerto, el género de terror vuelve más fuerte. Ari Aster es uno de esos autores que se niega a que el terror muera.
Midsommar es la película de terror del año y una de las mejores obras del año. Es una cinta muy compleja que supone la consagración de Aster después de Hereditary, su terrorífica ópera prima. Que Aster decidiera crear una nueva obra de terror parecía lógico, pero nadie se imaginaba que fuera tan radicalmente opuesta a Hereditary. Mientras que su ópera prima juega con la oscuridad, lo tenebroso y los espacios reducidos (gran parte de la acción sucede en una casa), Midsommar es todo luz, flores y espacios abiertos. Ambas son películas de terror, pero cada una juega con su propio código.
Una de las señas de identidad más características de Aster es la tragedia familiar como el final del prólogo. En Hereditary era un accidente automovilístico que helaba la sangre; aquí es un doble asesinato con posterior suicidio que vuelve a poner los pelos de punta. La capacidad de Aster para componer escenas tan trágicas como aterradoras no se ha visto en ningún autor en este siglo.
A primera vista, puede parecer que el tema central de Midsommar sean las sectas con sus terroríficos rituales (otra seña del autor), pero la complejidad de la obra queda patente en la gran variedad de temas e historias que abarca a pesar de no mostrar demasiado durante sus 2 horas y 20 minutos. Una relación tóxica, la terrible sensación de sentirse solo en el mundo, el concepto de familia como algo líquido que varía constantemente, la muerte, la hipocresía de las sociedades occidentales… Todo esto mezclado en un cuento psicodélico en el que las cartas están sobre la mesa desde el minuto uno.
Puede parecer que Midsommar no cuenta gran cosa durante su metraje. Puede parecer incluso que hay muchas escenas que sobran, pero se precisa de un segundo visionado para comprender todas y cada una de las situaciones por las que pasan los protagonistas. No es de extrañar que pueda dejar frío a quién la vea después de que se enciendan las luces del cine, pero serán las próximas horas cuando la balanza se decante hacia el odio o el amor; porque esta obra o la amas o la odias, no hay más.
La nueva obra maestra de Aster no queda exenta de escenas perturbadoras que se quedarán grabadas en la mente del espectador. Especial mención merece aquella en la que dos ancianos se suicidan tirándose desde un barranco para no vivir la vejez, tal y como lo estipula la secta. Esta escena no puede ser más visceral, impactante y terrorífica. Es tan brutal que formas parte de ella. Incluso te invitan a que entres sin miramientos (nunca romper la cuarta pared se hizo con tanto sentido).
Las grandes películas se miden por su capacidad para provocar que te quedes a vivir dentro de ellas. Con Midsommar no tienes opción: te quedarás a vivir en este mundo de psicotrópicos, sectas suecas y coronas de flores en el que Ari Aster confirma que es el nuevo rey del terror cinematográfico.