Los nuevos cines Deluxe han llegado provenientes de Estados Unidos con la misión de hacer de la experiencia del cine algo mucho más cercano al confort del hogar. El por qué de esta nueva tendencia y lo que supone para el cine merece ser analizado.
Desde hace bastantes años el cine ha dejado de ser lo que era. Con la llegada de las nuevas plataformas de streaming y el aumento de la piratería, las salas de cine han pasado a ser instalaciones frecuentadas sobre todo cuando un blockbuster llega a las carteleras; todas las demás cintas han pasado a un segundo plano.
La facilidad con la que cualquier persona puede descargar películas por internet ha provocado que muchísimos espectadores prefieran la comodidad a la calidad. Mientras tanto, otra gran parte del público ha optado por comprar meses de suscripción en Netflix, HBO o la plataforma de streaming de turno. Esta desbandada popular ha provocado que los cines busquen otras maneras de lograr la atención y el interés de los espectadores para volver a valorar a las salas de cine como merecen. La mala noticia es que los mismos cines están dispuestos a matar al cine con tal de lograr este objetivo.
Los cines Deluxe se han popularizado en los últimos tiempos por todo Estados Unidos, hecho que ha provocado su emigración a otros países. En lo que a España respecta, los cines Deluxe han llegado a través de las dos compañías más poderosas en lo que a cines se refiere: Cinesa y Yelmo cines. Ambas empresas han empezado abriendo una sala Deluxe en Madrid.
También conocidos como cines Luxury, estas salas convierten la experiencia del cine en algo más próximo a la comodidad del hogar. Como si estuvieras en tu sofá comiendo, estos cines Deluxe cuentan con butacas reclinables que se amolden a las comodidades de cada uno, además de una amplia oferta gastronómica para los que no pueden ir al cine sin la necesidad de comer.
Por si esto fuera poco, estos cines presentan una novedad que ha aterrorizado a los más cinéfilos: se puede pedir comida durante la película a través de una App; esto significa que puedes estar tan tranquilo (según cómo se mire) viendo la película que te puede aparecer un camarero sirviendo comida a la persona que tengas al lado.
Realmente, es entendible la creación de estas salas. Vayas al cine que vayas te vas a encontrar a gente que tiene la imperiosa necesidad de comer, y no hablo de palomitas, sino de bolsas llenas de snacks, bollos, galletas, refrescos, bocadillos… En serio, ¿tan complicado es estar dos horas sin comer? Unas palomitas se pueden entender (es más, forman parte de la experiencia del cine clásico), pero llevar bolsas de la compra llenas de comida roza lo esperpéntico.
Comer en el cine, además de innecesario, es extremadamente molesto para los que vamos al cine con el cada vez más extraño deseo de querer disfrutar de una película. Obras como las tensas A quiet place (2018) y Don’t Breathe (2016) necesitan un silencio sepulcral para ser totalmente disfrutadas, por lo que cualquier distracción puede perjudicar tu experiencia al disfrutarlas. Aunque sean las películas de suspense y terror las que más sufren estas molestas actitudes, cualquier película de cualquier género debe ser respetada.
Megalodón (2018): Cuando el marketing es mejor que la película
Los cines son salas totalmente oscuras y con pantallas inmensas por una razón: meterte en la película. La inmersión que logra un espectador en un cine es imposible que sea igualada, por lo que deben darse una serie de condiciones para lograr esta plena inmersión: completo silencio (respeto, ni más ni menos), buena imagen, sonido en condiciones y comodidad sin excesos.
Si nos paramos a ver la imagen colocada encima de estas líneas nos encontramos todo lo que un cinéfilo teme en una sala de cine. Tenemos mucha comida, una (no precisamente tenue) luz para que los camareros se puedan desplazar correctamente, gente con el móvil y lo más lamentable de todo: una enorme pantalla que no cuenta con la atención de un público irrespetuoso.
Las salas Deluxe no son más que la consecuencia directa de la irrespetuosidad de los espectadores. Hay muy pocas salas en las que aún prime la experiencia del cine por encima de todo lo demás, como es el caso de la sala Phenomena, en Barcelona. Esta sala revive la verdadera grandeza de ir al cine, a pesar de que a veces la molesta fauna que ocupa las salas de los centros comerciales con sus inseparables bolsas de la compra hagan acto de presencia.
El mundo sería un lugar mucho mejor si la gente respetara a los cines, pero esto se antoja complicado, ya que hasta los cines colaboran para que esto sea así. No parece que el cine sea algo que tenga una esperanza de vida muy alta, pero mientras sigan existiendo cines que piensen en el cine (algo terriblemente único), a los locos nos verán bailando.